Octavio Paz
Hacia el poema
(puntos de partida)
I
(puntos de partida)
I
PALABRAS,
ganancias de un cuarto de hora arrancado al árbol calcinado del lenguaje, entre
los buenos días y las buenas noches, puertas de entrada y salida y entrada de
un corredor que va de ninguna parte a ningún lado.
Damos vueltas
y vueltas en el vientre animal, en el vientre mineral, en el vientre temporal.
Encontrar la salida: el poema.
Obstinación
de ese rostro donde se quiebran mis miradas. Frente armada, invicta ante un
paisaje en ruinas, tras el asalto al secreto. Melancolía de volcán.
La benévola
jeta de piedra de cartón del jefe, del Conductor, fetiche del siglo; los yo,
tú, él tejedores de telarañas, pronombre armados de uñas; las divinidades sin
rostro, abstractas. Él y nosotros, Nosotros y Él: nadie y ninguno. Dios padre
se venga en todos estos ídolos.
El instante
se congela, blancura compacta que ciega y no responde y se desvanece, témpano
empujado por corrientes circulares. Ha de volver.
Arrancar las
máscaras de la fantasía, clavar una pica en el centro sensible: provocar la
erupción.
Cortar el
cordón umbilical, matar bien a la Madre: crimen que el poeta moderno cometió por
todos, en nombre de todos. Toca al nuevo poeta descubrir a la Mujer.
II
Hablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, ennegrecer. El tiempo se abre en dos: hora del salto mortal.
Palabras,
frases, sílabas, astros que giran alrededor de un cetro fijo. Dos cuerpos,
muchos seres que se encuentran en una palabra. El papel se cubre de letras
indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y
queman y se apagan. Así pues, existe la poesía, el amor existe. y si yo no
existo, existes tú.
Por todas
partes los solitarios forzados empiezan a crear las palabras del nuevo diálogo.
El chorro de
agua. La bocanada de salud. Una muchacha reclinada sobre su pasado. El vino, el
fuego, la guitarra, la sobremesa. Un muro de terciopelo rojo en una plaza de
pueblo. Las aclamaciones, la caballería reluciente entrando en la ciudad, el
pueblo en vilo: ¡himnos! La irrupción de lo blanco, de lo verde, de lo
llameante. Lo demasiado fácil, lo que se escribe solo: la poesía.
El poema
prepara un orden amoroso. Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre
de su poder, la otra libre de su esclavitud, y amores implacables rayando el
espacio negro. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes.
Por las
almenas de tu frente el canto alborea. La justicia poética incendia campos de
oprobio: no hay sitio para la nostalgia, el yo, el nombre propio.
Todo poema se
cumple a expensas del poeta.
Mediodía
futuro, árbol inmenso de follaje invisible. En las plazas cantan los hombres y
las mujeres el canto solar, surtidor de transparencias. Me cubre la marejada
amarilla: nada mío ha de hablar por mi boca.
Cuando la
Historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es
una constelación de sangre. Cuando la Historia despierta, la imagen se hace
acto, acontece el poema: la poesía entra en acción.
Merece lo que
sueñas.
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Octavio Paz (1948) |
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