miércoles, 24 de junio de 2015

LOS VIGILANTES

Los Vigilantes
           
I.       
Aún late en mi boca
            El beso de la reina

II.            
Ardía la nave pentágono
            Con sus ubres dispuestas
            Sobre las torturantes lomas
            De la cordillera media.

III.
           Para alimentar líricamente
con su delirio de mantra leche a
tres Escarnios
San París y Kundalini

IV.
           Partían   se dirigían hacia Rancagua
el sitio de los potros y potrancas sagradas
donde ocurriría la última hecatombe
de las mentes más cosmopolitas de
la poesía alienígena

V.
          Rumores aplastaban la cabeza
De varios viajantes
Los vigilantes
Y San París llegaría tarde
Como vaticinio sentencia sacrificio
De su fijación sádico intestinal
VI.
           Fernando hervía a fuego lento
En la marmita poética
Daniel realizaba libaciones
Apollinaireanas de tanto en tanto
Y Pía tomaba la identidad de un
Rimbaud serenense y meditabundo


VII.
       La lluvia aplastó a nuestros poetas
El cielo eyaculaba sobre ellos
Y los otros alienígenas todavía no llegaban
Todos sabían que el verdadero duelo
Era entre los de la nave pentágono

Y el resto de los alienígenas

lunes, 18 de mayo de 2015

Whitman, poeta de América


Octavio Paz

                                                   Whitman, poeta de América

Walt Whitman es el único gran poeta moderno que no parece experimentar inconformidad frente a su mundo. Y ni siquiera soledad; su monólogo es un inmenso coro. Sin duda hay, por lo menos, dos personas en él: el poeta público y la persona privada, que oculta sus verdaderas inclinaciones eróticas. Pero su máscara –el poeta de la democracia- es algo más que una máscara: es su verdadero rostro. A pesar de ciertas interpretaciones recientes, en él coinciden plenamente el sueño poético y el histórico. No hay ruptura entre sus creencias y la realidad social. Y este hecho es superior –quiero decir, más ancho y significativo- a toda circunstancia psicológica. Ahora bien, la singularidad de la poesía de Whitman en el mundo moderno no puede explicarse sino en función de otra, aún mayor, que la engloba: la de América.

En un libro,1 que es un modelo en su género, Edmundo O’Gorman ha demostrado que nuestro continente nunca fue descubierto. En efecto, no es posible descubrir algo inexistente y América, antes de su llamado “descubrimiento”, no existía. Más que el descubrimiento de América, habría que hablar de su invención. Si América es una creación del espíritu europeo, empieza a perfilarse entre la niebla del mar siglos antes de Colón. Y lo que descubren los europeos cuando tocan estas tierras es su propio sueño histórico. Reyes ha dedicado páginas admirables a este tema: América es una súbita encarnación de una utopía europea. El sueño se hace realidad, presente; América es un presente: un regalo, un don de la historia. Pero es un presente abierto, un ahora que está teñido de mañana. La presencia y el presente de América son un futuro; nuestro continente es la tierra, por naturaleza propia, que no existe por sí, sino como algo que se crea y se inventa. Su ser, su realidad o substancia, consiste en ser siempre futuro, historia que no se justifica en lo pasado, sino en lo venidero. América no fue; y es solo si es utopía, historia en marcha hacia una edad de oro.
Quizá esto no sea del todo exacto si se piensa en el periodo colonial de la América española y portuguesa. Pero es revelador que apenas los criollos americanos adquieren conciencia de sí mismos y se oponen a los españoles, redescubren el carácter utópico de América y hacen suyas  la utopías francesas. Todos ellos ven en la revolución de Independencia un retorno a los principios originales, un volver a lo que realmente es América. La Revolución de Independencia es una rectificación de la historia americana y, por tanto, es el restablecimiento de la realidad original. El carácter excepcional y verdaderamente paradójico de esta restauración aparece claro si de advierte que consiste en una restauración del futuro. Por gracias de los principios revolucionarios franceses. América vuelve a ser lo que fue al nacer: no un pasado sino un futuro, un sueño. El sueño de Europa, el lugar de elección, espacial y temporal, de todo aquello que la realidad europea no podía ser sino negándose a sí misma y a su pasado. América es el sueño de Europa, libre ya de historia europea, libre del peso de la tradición. Una vez resuelto el problema de la Independencia, la naturaleza abstracta y utópica de la América liberal vuelve a revelarse en episodios como la Intervención francesa en México. Ni Juárez ni sus soldados pensaron nunca –según señala  Cosio Villegas- que luchaban contra Francia, sino contra una usurpación francesa. La verdadera Francia era ideal y universal, más que una nación, era una idea, una filosofía. Cuesta dice, con cierta razón, que la guerra contra los franceses  debe verse como una “guerra civil”. Fue necesaria la Revolución de México para que el país despertase de este sueño filosófico –que, por otra parte, encubría una realidad histórica apenas tocada por la Independencia, la Reforma y la Dictadura- y se encontrase a sí mismo, no ya como un futuro abstracto sino como un origen en el que había que buscar los tres tiempos: nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. El acento histórico cambió de tiempo y en esto consiste la verdadera significación espiritual de la Revolución Mexicana.
El carácter utópico de América es aún más neto en la porción sajona del continente. Ahí no existen complejas culturas indígenas, ni el catolicismo levantó sus vastas construcciones intemporales: América era –si algo era- geografía, espacio puro, abierto a la acción humana. Carente de substancia histórica- clases antiguas, viejas instituciones, creencia y leyes heredadas- la sociedad no presentaba más obstáculos que los naturales. Los hombres no luchaban contra la historia, sino contra la naturaleza. Y ahí donde se presentaba un obstáculo histórico –por ejemplo: las sociedades indígenas- se le borraba de la historia y, reducido a mero hecho natural, se actuaba en consecuencia. La actitud norteamericana puede condensarse a sí: todo aquello que no participa de la naturaleza utópica de América no pertenece propiamente a la historia; es un hecho natural y, por tanto, no existe; o sólo existe como obstáculo inerte, no como conciencia ajena. El mal está fuera: forma parte del mundo natural- como los indios, los ríos, las montañas y otro obstáculos que hay que domesticar o destruir- o es una realidad intrusa (el pasado inglés, el catolicismo español, la monarquía, etc.) La Revolución de Independencia de los Estados Unidos, es la expulsión de los elementos intrusos, ajenos a la esencia americana. Si la de América es ser constante invención de sí misma, todo lo que de alguna manera se muestre irreductible o inasimilable no es americano. En otras partes el futuro es atributo del hombre: por ser hombres , tenemos futuro; en la América sajona del siglo pasado, el proceso se invierte y el futuro determina al hombre: somos hombres porque somos futuro. Y todo aquel que no tiene futuro no es hombre. Así, la realidad no ofrece resquicio alguno para que aparezcan la contradicción, la ambigüedad, o el conflicto.
Whitman puede cantar con toda confianza e inocencia la democracia en marcha porque la utopía americana se confunde y es indistinguible de la realidad americana. La poesía de Whitman es un gran sueño profético, pero es un sueño dentro de otro sueño, una profecía dentro de otra aún más vasta y que la alimenta. América se sueña en la poesía de Whitman porque ella misma es un sueño. Y se sueña como realidad concreta, casi física, con sus hombres, sus ríos, sus ciudades y sus montañas. Toda esa enorme masa de realidad se mueve con ligereza, como si no pensara; y, en verdad, carece de peso histórico: es el futuro que está encarnado. La realidad que canta Whitman es utópica. Y con esto no quiero decir que sea irreal o que sólo exista como idea, sino que su esencia, aquella que la mueve, justifica y da sentido a su marcha, gravedad a sus movimientos, es el futuro. Sueño dentro de un sueño, la poesía de Whitman es realista sólo por esto: su sueño es el sueño de la realidad misma, que no tiene otra substancia que la de inventarse y soñarse. “Cuando soñamos que soñamos –dice Novalis-, está próximo el despertar.” Whitman nunca tuvo conciencia de que soñaba y que siempre se creyó un poeta realista. Y lo fue, pero solo en cuanto la realidad que cantó no era algo dado, sino un substancia atravesada de parte a parte por el futuro. América se sueña en Whitman porque ella misma era un sueño, creación pura. Antes y después de Whitman hemos tenido otros sueños poéticos. Todos ellos –llámese el soñador Poe o Darío, Melville o Dickinson- son más bien tentativas por escapar de la pesadilla americana.

(1)   La idea del descubrimiento de América, México, 1951.

Texto tomado del Arco y la Lira