Profecía
Las grandes ausencias amenazan
Cuando los sirlos
Esos bellos pájaros
Emigran
Y la lejanía hiere sus alas
El hombre no lo sabe
Porque duerme
Oculto por causa de la luz Para no prever la
muerte.
Entrega el dominio de sus
sueños
Y emancipa el caos
Y pierde el poder
sobre su propio río
que lo recorre en longitud.
Los abismos se acercan
Y las múltiples
aguas
Devienen creaturas de espanto.
Uncido al gran anillo
Olvidará su trayectoria astral
su fecundidad perecedera.
Ocurrió
Que cerró las pupilas ante
la luz
Y no estuvo más allá
De las cosas presentes
Ni creó una analogía
superior
a la distancia entre dos
astros
Ni escuchó el soberano
mandamiento
De crear al hombre
verdadero.
Olvidado
en el tiempo
Aún persistirá en creer
que fue un símil de su conciencia.
De los dones
previsibles (1992)
Amor,
Yo he mancillado las entrañas del árbol.
Las golondrinas volaron del alero
Hacia extraños veranos.
Amor,
No repitas la plegaria del árbol
Ni me digas amante
El silencio del agua, desde el límite
De tu absurda presencia,
Desparramó la ausencia de mis huecas palabras.
Maldigo entre las sombras, el espejo
Que copia de mi boca su mueca descarnada,
Y el polvo de mis huesos se mece en sus trigales
Y de insomnio, ríe el alma.
Si he mancillado el árbol en su efigie
Y bebo del licor de la amapola en su cráneo de
mieles,
Si he hundido mi violento meditar inaudito.
En el cielo de brumas que me cubre las sienes,
Si el huerto se estremece de mi propio cadáver,
Si el fuego me circunda,
Si he bebido el veneno de mi celeste arteria,
qué podría ofrecerte?
Después que fui contigo junto al Apocalipsis,
Se trastocó de hieles mi copa rebosante,
Y después el andar, y el andar y después
La muerte con su muerte.
No. Ya no podría serte.
¿No ves que la muralla, y el abismo y la hoguera
Me separan del
alma?
Amor, no repitas la plegaria del árbol
Que me quema los ojos una lágrima tuya
Y he de vencer la absurda fortaleza del llanto.
Amor,
No repitas la plegaria del árbol
Ni me digas amante.
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